Hace unos días en unas charlas de sensibilización sobre el autismo que impartí en un colegio de Pamplona, en la ronda de preguntas después de mi intervención, una de las asistentes, tutora en un instituto, me preguntó cómo podía hacer cuando uno de los alumnos con TEA, en medio de la clase, se metía debajo de su mesa. Este chico tiene TEA y está en una UCE, o como decimos las familias, una clase especial en un cole ordinario. Una UCE es un aula con un menor número de alumnos y con atención más individualizada. Unas horas al día, este chico deja su aula y pasa a su aula de referencia, para fomentar la inclusión. El aula de referencia es a grandes rasgos el aula que le correspondería por edad. Este chico tiene a veces conductas no funcionales y muy a menudo no dispone de una persona con él para redirigirlo de forma individualizada. Con gran pena y con total empatía por la profesora, le oí decir al final de la charla, “más vale que pronto me jubilo”.

La inclusión no es poner a los niños con necesidades especiales en un aula con sus iguales. No, eso no es inclusión. Tampoco lo es el forzar a un profesor con 28 chicos a gestionar él solo en el aula a una persona con autismo. Muchos niños y jóvenes con autismo se adaptan perfectamente a las clases, pero otros no, debido a su hipersensibilidad sensorial y porque tienen la creatividad e imaginación limitada y les cuesta descifrar los mensajes verbales y no-verbales así como contextuales de las personas que les rodean y a menudo no saben cómo procesar esa información no verbal que generalmente entraña exigencias para que el alumno comprenda y ejecute. La inclusión tiene que facilitarse con la figura de un acompañante terapéutico, que puede ser la figura del cuidador ya existente pero con formación específica en autismo.

La profesora me preguntó qué haría yo en esa situación. Como terapeuta, me agacharía a su lado, lograría unos segundos de contacto ocular con el chico y suavemente y rebajando su ansiedad le reconduciría a su mesa. Pero una profesora con 28 alumnos no puede meterse debajo de la mesa. Porque luego tendría que reconducir las risas y conductas alteradas de otros 27 alumnos.

Esta misma profesora me preguntaba que por qué las personas con autismo no tienen una persona con ellos todo el tiempo, como tienen, por ejemplo, las personas con ceguera, que incluso en la Selectividad pueden ir acompañados. De hecho ya desde 1995, cuando se firmó el primer convenio de colaboración entre el Departamento de Educación y ONCE para garantizar la atención de estos alumnos en Navarra, son objeto de una atención especializada en todos los niveles y etapas educativas previas a la Universidad, se organizan y rentabilizan los recursos de ambas instituciones, se promueve la formación de los profesionales que los atienden y se establecen reuniones de coordinación.

En ANA nos miramos en el espejo de estas grandes asociaciones que llevan un largo y arduo recorrido de trabajo y vemos que es posible. Es cierto que en la atención a personas con TEA el recorrido es todavía corto, pero muchas personas con TEA consiguen ya llegar a la Universidad y ciclos formativos superiores y muchas más lo lograrán si se les enseña adecuadamente.

A Educación, al CREENA, os tendemos la mano: pero necesitamos avanzar en el mismo barco y con las velas a tope porque 1 de cada 68 niños tendrán TEA y hemos de darles un futuro.

El mejor futuro posible. Y en inclusión.

Amaya Ariz Argaya

20160205 – Diario de Navarra – Opinión – pag 15

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